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¿Quién dijo que un envase descartable es tan descartable?

Su mayor problema, justamente, es que no desaparece. Aquí, recomendaciones para ayudar a evitar que las botellas de agua sigan multiplicándose y lleguen al mar a alimentar peces desprevenidos. Y para reciclarlas, ya que están.

Lo último que uno imagina al tomar agua embotellada es que los restos del envase de plástico pueden terminar en el estómago, como muestra el documental canadiense Adictos al plástico. El 90% de los pájaros analizados confundió con alimentos los pedazos de este material que flotaba en el agua. Plásticos de toda clase, claro, pero las botellas de agua están entre las primeras del ranking.

Aunque el agua embotellada es hasta 1000 veces más cara que el agua de la canilla, no siempre es de una calidad superior. Además, el costo de esta costumbre es muy alto para el planeta si se considera el aumento de residuos que generan los envases descartables. Todo sumado a que muchas de las aguas que se compran vienen de países lejanos, lo que implica un gran gasto de combustible y una mayor contaminación por el traslado de agua.

«El principal perjuicio del consumo de botellas plásticas radica en su descarte: el plástico tarda cientos de años en degradarse. Y, en caso de ser incinerado, despide compuestos muy tóxicos llamados dioxinas», asegura María Inés Gómez, licenciada en Ciencias Biológicas con orientación en ecología acuática.
Si bien por ejemplo, en la Argentina el reciclado del polietileno tereftalato (PET), que es el tipo de plástico más utilizado para los envases de bebidas, aumenta año tras año, más del 60 % aún no se recicla. «En 2009 se reciclaron 72.000 toneladas de PET y actualmente se recicla por día el equivalente a cinco millones de envases», afirma Esteban Pronato, gerente de la Asociación Civil Argentina Pro Reciclado del PET (Arpet). «Tenemos una tasa de reciclado por encima del promedio mundial. Estamos arriba del 33% del reciclado», sostiene.

Pero el consumo de plásticos creció desde 2002, según el Anuario Estadístico de la Industria Plástica Argentina, y en 2008 cada habitante consumió 40,7 kilos de plástico. La mitad eran envases. ¡Entonces cada persona habrá tomado 660 botellas de 600 mililitros en promedio!
«La gente que compra agua embotellada se pregunta si el agua de la canilla es segura», dice Franco Sotelo, asesor nacional del Movimiento Agua y Juventud. Por un lado, las campañas de marketing lograron asociar esta bebida con un estilo de vida sana. Además, existe una desconfianza en el estado del agua de red, aunque sea potable (en la Argentina el 96 por ciento de la población tiene acceso a agua potable, según la Unesco).
Pero existe cantidad de maneras de minimizar el impacto del plástico en el ambiente. Para ayudar, todo se relaciona con poner en práctica la regla de las tres R: reducir, reciclar y reutilizar.
Un modo de reducir es tomar agua corriente siempre que sea potable. «El agua de red que sale de la planta de potabilización es segura. El Código Alimentario Argentino admite como máximo 0,2 miligramos de arsénico por litro para aguas minerales. Como el agua de red tiene consumo ilimitado, el código es 20 veces más estricto con su concentración de arsénico», asegura Raúl Lopardo, presidente del Instituto Nacional del Agua (INA). Si no existe la opción de tomar agua de la canilla, sugiere María Inés Gómez, lo mejor es el uso de bidones de agua mineral de cinco litros o más. Así se descarta menos material plástico.
Otra opción para ayudar es la de usar filtros en las canillas de las casas. «Existen diferentes modelos, todos eliminan material particulado y cloro residual, y los modelos más costosos sirven para desinfectar», explica Lopardo.
Y los residuos plásticos se pueden reciclar por vías mecánicas, químicas o de recuperación energética: el reciclado mecánico consiste en convertir los desechos en gránulos para reutilizarse en la fabricación de otros productos. En tanto, la valorización energética es la recuperación de la energía contenida en los plásticos a través de procesos térmicos, usando esos residuos como combustible en la producción de energía eléctrica. Muchos se sorprenderán al saber que la energía contenida en un kilo de plástico equivale a la de un kilo de petróleo. O que la energía de un envase de yogur permitiría mantener encendida durante cinco horas una lámpara de bajo consumo.